¿Por qué ocuparnos hoy día, más de 100 años después de los orígenes del psicoanálisis, de la transferencia como concepto? Igual que por ese entonces, la necesidad, parte de la clínica, del encuentro entre un analizante y un analista, y cómo es imposible en esa circunstancia, por lo menos para un psicoanalista desestimar lo transferencial que allí se juega. Por eso decimos que la transferencia posee una dimensión clínica, que hace a la técnica del psicoanálisis, pero también posee un estatuto conceptual, que hace a la teoría analítica y de cómo se entienda y trabajen estas cuestiones surge la dimensión ética de nuestra praxis. ¿Por qué? Porque sabemos que el método analítico se sostiene en la asociación libre, en la atención flotante y en la transferencia, y estos tres elementos poseen una correspondencia lógica con la teoría analítica sostenida en la eficacia del Inconsciente y de la realidad sexual de este, pero también esta correspondencia lógica posee una correspondencia ética que es la que inaugura Freud corriéndose del lugar de saber y permitiendo que el sujeto diga allí, sobre sí, siendo ese movimiento el que soporta y habilita que actualmente exista el psicoanálisis, teniendo algo diverso que ofrecer a ese que con su malestar nos convoca e interroga, algo diferente al condicionamiento, la sugestión, la catarsis o la dirección de conciencia.